It’s A Kind of Magic.
- Marcel Courteau
- 29 jul 2024
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 7 ago 2024
(Es una especie de magia - Cancion de Queen)
Hacía dos días que tenía solamente un paquete abierto de galletitas “Express” en la alacena. Volvía de la facultad de Morón en el tren Sarmiento camino a la estación Caballito. Mi primer mes en Ingeniería en Electrónica, la cual había elegido un poco porque me gustaba, aunque no sabía muy bien de qué se trataba, y otro poco porque me permitió regresar a la Capital, donde nací y tenía a todos mis amigos de la infancia.

Dos años atrás, papá se había quedado sin trabajo. Un poco porque el dueño de la empresa era un pelotudo y mucho porque a Martínez de Hoz se le ocurrió abrir la importación. Todo el trabajo de la imprenta se podía hacer en Chile a la mitad de precio y a pagar en 120 días. ¿Se entendió? ¿No?
Después de cuatro meses de encierro en su cuarto, mamá nos sacó de Caballito a Villa Gesell, donde teníamos una casa de verano. Papá solía decir: “me compré una casa en la última calle de la villa”. Cuando fuimos a conocerla, nos pasamos cinco cuadras un poco debido al plan galopante y otro poco porque aún había guita para invertir.
Creo que eso de la magia lo traía mi vieja. Era noviembre del 78, el viejo estaba en un estado catatónico en su cuarto con la tele todo el día. Solo salía al patio con la bata puesta por quince minutos para fumarse un pucho.
En un mes y medio, no me preguntes como, desde las entrañas maternas, salieron esos pases mágicos. Mis dos hermanas (15 y 13) empezaron a trabajar en una heladería de la avenida 3. Las amigas de mi vieja “acomodaron” a mi viejo como administrador con los gallegos del Hotel Apolo, y yo, con 16 años, alejado ya de los festejos del mundial 78, quedé a las órdenes de mi viejo como el “botones” del hotel.
Quería volver a Buenos Aires. Mientras llevaba desayunos a las habitaciones o rayaba autos al estacionarlos, no dejaba de pensar: ¿Cómo carajo vuelvo?
Pasé cuarto y quinto año en el Ana Botger de Gesell, mientras algo me dolía en el pecho al pensar en mis compañeros que seguían con su vida en Buenos Aires. Perdí el viaje de egresados y me convertí en el “nuevo” que venía de la “Capi”, pasando a jugar de entrada en el equipo de los perdedores.

Nunca me llevé bien con eso de sentirme querido. Siempre me costó entenderlo. Pero aun perdiendo cosas en el camino, a mí me hizo fuerte.
No recuerdo cómo, pero un profesor veterinario necesitaba voluntarios para vacunar mascotas y organizó una campaña para juntar dinero para el viaje de egresados. Vacuné a muchos perritos pensando en quedarme lo recaudado para viajar con mis compañeros de la Capital, pero a los de Gesell, no les gustó la idea y me pidieron el dinero, sacándome el equipo de vacunación.
Ahí pasé directamente al equipo de los ignorados.
Dicen que lo mejor de uno sale cuando las cosas se ponen peludas.
Creo que mi conexión con la magia comenzó en esas vacaciones de invierno. Mi vieja no sabía si era por el frío o por otra cosa, pero yo no salía de mi habitación.
Magia 1: One golden glance of what should be.
(Una mirada dorada de lo que debería ser)
Otra vez la vieja: “Vamos a lo del Dr. Espósito. No podés estar así todo el día”.
El Dr. le dijo que cuando los chicos cambian de lugar suelen tener esos momentos de depresión y que pin que pan... la cosa es que mi vieja me pagó un boleto de colectivo para que pase las vacaciones de invierno en la capital, en el departamento de un familiar que como salía de vacaciones, lo tenía vacío.
Villa del Parque, Tinogasta y Cuenca. La pizzería de la esquina, paseos con las chicas del Misericordia de Devoto, los Geraghty, Jimmy y su hermano menor, que vivían frente a la plaza del Hospital Zubizarreta, iban al Cardenal Copello y tenían moto. Con los pocos mangos que me dio mi vieja, tocaba la guitarra, cantaba canciones de Sui Generis y la vida fue una fiesta de casa en casa ese invierno del 79.
Tenía que volver a Buenos Aires. El plan era ingresar a la facultad. Me gustaban las matemáticas, así que elegí ingeniería. Como en Mar del Plata, la ciudad grande más cercana, no ofrecían esa carrera, opté por electrónica, que solo se dictaba en Buenos Aires, lo que me permitía regresar allí. Además, necesitaba trabajar, así que elegí la UTN (Universidad Tecnológica Nacional), la única que permitía estudiar de noche.

Magia 2: No mortal man can win this day.
(Ningún hombre mortal puede ganar este día)
Mi viejo ya administraba un lavautos. Todo lo que junté trabajando con él en invierno sirvió para pagarle al gordo Abruzzo, el profe de Matemáticas del Botger, para que me preparara para el ingreso. Lo que junté en verano me alcanzó para bancarme de enero a marzo, mientras vivía en el departamento de mi viejo en Caballito, que no podía vender porque todo estaba muy duro en los 80.
Durante dos meses de curso de ingreso, tuvimos dos materias: Matemática y Física, con dos parciales cada una. Era crucial obtener buenas notas para asegurar un cupo. El primer examen de Matemática lo resolví sin problemas. Pero en el primer examen de Física, me quedé dormido y llegué media hora tarde, por lo que no me permitieron tomarlo. Aunque completé el resto de los exámenes adecuadamente, no logré alcanzar el promedio necesario y quedé fuera.
¿Cómo pude quedarme dormido? Otra vez el dolor en el pecho y la pesadilla de pensar en volver a Gesell. No, no voy a volver. No sabía qué hacer. Estaba solo en el departamento, dormía en la habitación de mis viejos, que tenían camas separadas estilo Luis XV. Se me estaba acabando la plata. Mis viejos no sabían nada. Era marzo, época de exámenes de las materias previas en el secundario. Fui al Calasanz (mi ex colegio), buscando un poco de claridad, pero no, no iba a volver a Gesell.

Averigüé que la Universidad de Morón, que es privada, tenía Ingeniería en Electrónica. Pero para mí era inalcanzable, no tenía trabajo y era como pagar un alquiler.
En la bedelía del Calasanz estaba Osvaldo, nuestro celador, que había sido un alumno más grande que yo y estaba estudiando el seminario. Un celador amigo, mi padrino de confirmación.
Nos saludamos, y me aflojé. Me hacía falta hablar y largué todo. De pronto se hizo una pausa, y me dijo, que lo espere que tenía que hacer algo.
Pensé que como estaban con exámenes era algo que tenía que ver con los alumnos que entraban y salían. Ahí me quede mirando los cuadros, viendo las fotos de los exalumnos, algún que otro sacerdote que fue mi profesor.
Apareció con una sonrisa de oreja a oreja y me dijo: “Tomá esto” y me dio un sobre. “Andá al banco, hacelo cash y anótate en Morón. Tenés que estudiar”. Era el cheque de su sueldo.
“Osvaldo, estás loco”. Me miró fijo y dijo: “Andá a estudiar”.
Me sirvió para pagar la inscripción y los dos primeros meses. ¿Creen que me pidió alguna condición o fecha para devolverlo? Nada de eso.
Por supuesto, lo devolví mucho tiempo después.
Pero nunca, nunca lo olvidaré.
Magia 3: The bell that rings inside your mind is challenging the doors of time.
(La campana que suena dentro de tu mente,está desafiando las puertas del tiempo)
El sueño de quedarme en Buenos Aires estaba al alcance, pero un pequeño detalle podía deshacerlo todo en un instante. Ahora había que buscar trabajo. Era todos los días, leer el diario, marcar los avisos y hacer fila. Por ahí ni llegabas a la puerta por que se hacía tarde o porque te avisaban que el trabajo lo agarraba el que entraba antes. Era terminar el día arrodillado en el Cristo de los Pobres, de la Basílica de San José de Flores.
A veces, con la esperanza de encontrar alguna de las chicas del Misericordia que iba a misa. A veces todo parecía una locura, tan difícil, tan retorcido, mientras mis amigos tenían la vida más armada, viviendo con sus padres, con algún familiar que les conseguía algo. Era inevitable caer en esos nubarrones y sentirse más cerca del camino de la vuelta que la posibilidad de quedarse.
Tuve que llamar a mi padre y contarle. Mi vieja estaba enojada porque me había ido, ella quería que me quedara allá. Pero yo había tenido suficiente con los últimos dos años de secundaria en Gesell. Mi viejo fue claro: no podía ayudarme ni con la facultad ni con mandarme algo fijo. Aun así, llegaba dinero por correo, en un sobre común, de correo simple, a veces 5 o 10 pesos, justo cuando más lo necesitaba.
Un día, luego de rogarle al Cristo de los Pobres, me enteré, allí en el atrio, por Guillermo que su padre, el Juez, tenía una vacante en el juzgado. Auxiliar de 7ma, un puesto pagado menos que a un celador de escuela, que mucha gente dejaba vacante. Me presenté. Al llenar los papeles, me enteré de que el puesto quedaba derogado y automáticamente me inscribieron como Auxiliar de 6ta, con un sueldo mayor que me permitió ver las cosas a más largo plazo. Aun así, retenían el sueldo por dos meses hasta completar el proceso.

Pensaba en el paquete de “Express” que estaba en casa. Quedaban muy pocas galletas. Creo apenas dos, mientras caminaba de la estación Caballito hacia la avenida Honorio Pueyrredón.
En ese punto todo lo que quedaba era magia.
El hambre me retorcía el estómago, faltaban tres días para cobrar el sueldo. Ni un cobre en el bolsillo. Las cartas de papá hacía tiempo que no llegaban. El gallego César del almacén ya estaba cerrado y el hambre no me permitía ni imaginar palabra.
Hecho todo de mi parte, caminaba solo, entregado, con la mirada perdida hacia el semáforo de Aranguren y Honorio Pueyrredón.
Que creen. De la nada.
De repente, un camión de frutas y verduras avanzaba en verde, temible, indiferente, con toda su furia por la avenida.
Allí arriba, algo se movía y no pude dejar de prestar atención.
Una sombra bamboleante se agitaba. De pronto se lo vió más claro. Un zapallo gigante cayó y se partió en el pavimento sin que el camionero lo notara. El camión siguió. ¿Habrá sido del cielo?

Como si fuera el Maná, no me alcanzaron las manos para llevarme tres pedazos, y atrás mío unas viejas se repartieron lo que quedaba, que no era menos.
Me duró los tres días que faltaban para cobrar mi primer sueldo.
En la vida, jugué muchas veces a la lotería y nunca gané nada. Pero no me hizo falta.
La magia requiere una decisión inicial para dejarla entrar en tu vida. Es un puente del mundo visible al invisible. Aunque muchos fingen que no existe, está en cada rincón.
Aunque no lo crean y a veces a mí también me parece mentira, todavía me arreglo con estas pequeñas magias de todos los días.
Genial! Imposible no tranportarse a esas épocas y circunstancias. Aunque en mi caso, las chicas las buscaba en el Santa Teresita :)
Excelente, hermoso y real.., imposible no sentirse en escena con tan bella narración
Que historia de vida, por supuesto 100% verdad….
Con la magia de Marcel COURTEAU. de su impronta y vivencia. .una especie de JUVENILIA. .muy clara de los que normalmente, no la tienen fácil. pero con un ardoroso , potente y claro sentido de ser un ser útil y generoso en la VIDA. .