Mazal:creer, vivir y amar
- Marcel Courteau
- 27 dic 2024
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 13 ene
La Málaga de Picasso, la ciudad donde el rojo más intenso es la sangre del Guernica, parecía teñir los atardeceres bajo el brillo dorado del Mediterráneo. En el corazón de su historia y su arte, el Museo Picasso resplandecía aquella noche, transformado en un escenario para el Congreso Internacional de Economía y Finanzas. Bajo sus bóvedas de piedra, se reunían expertos financieros de todo el mundo, comprometidos en un debate sobre cómo construir fortunas mediante portafolios de inversión diversificados.
La figura más esperada de la velada era la del economista estadounidense David Rossemberg, cuya fama había convertido su nombre en un sinónimo de genialidad y controversia. Su análisis prometía ser el clímax de la jornada, el faro que iluminaría las expectativas acumuladas en la sala. Pero mientras el tiempo avanzaba y los ponentes se sucedían, una sombra de incertidumbre comenzó a crecer. Rossemberg no aparecía. No respondía llamadas. Nadie sabía dónde estaba.
Fue entonces cuando un sonido inesperado atravesó el aire, capturando la atención de todos los presentes. Desde algún rincón del museo, las notas melancólicas de un violín comenzaron a fluir, recreando la melodía de El Violinista en el Tejado. Las palabras de la famosa canción resonaban en el pensamiento colectivo: “Si yo fuera rico…” Un eco que no solo acompañaba, sino que parecía desafiar las aspiraciones y contradicciones que llenaban la sala. En ese instante, Málaga dejó de ser simplemente un crisol de cifras y estrategias para convertirse en un escenario donde el arte y la economía bailaban un compás tan antiguo como el deseo humano.
Jacob Mendel, responsable de la organización del evento, sintió la tensión en el aire. La desaparición de Rossemberg amenazaba con transformar una velada de prestigio en un fiasco. Pero Jacob sabía que los momentos críticos exigen decisiones audaces. Fue entonces cuando lo vio: entre el público, su amigo, Elías Somer, el renombrado periodista y conferencista americano. Viudo desde hacía cinco años, Elías era conocido no solo por su capacidad de desmenuzar con precisión los complejos engranajes financieros, sino también por su enfoque humano y filosófico, que dotaba de profundidad a cada palabra suya.
En un instante que parecía guiado por un verdadero Mazal, donde confluyen las tres coordenadas, el lugar oportuno, el tiempo oportuno y la acción. Jacob supo qué debía hacer. Se acercó a Elías, con la certeza de que él podía salvar la noche. Le expuso la situación y le pidió que cerrara el evento.
Elías, quien había asistido al congreso para escuchar y, tal vez, cuestionar a Rossemberg, aceptó bajo una única condición: hablar con absoluta libertad. Jacob, consciente de que la oportunidad y el riesgo caminaban de la mano, no objetó nada. Sabía que este era uno de esos raros momentos donde el lugar, el tiempo y la acción convergen, tejiendo un camino inesperado hacia lo sublime.
Cuando Elías subió al escenario, el público contuvo el aliento. Las palabras que estaban por venir tenían el peso de la incertidumbre, pero también el potencial de redimir la noche. Con un auditorio repleto, allí en escena Elías, vestía sencillo, con una gorra de béisbol que llevaba hacia adelante, una pieza que parecía desentonar con su tono reflexivo pero que para él representaba comodidad y despreocupación. Su discurso no era el típico análisis técnico que los asistentes esperaban, sino una reflexión más profunda.

“El verdadero éxito de un inversionista,” dijo Elías, “no radica en la ansiedad por el resultado ni en la obsesión por el control. Para ello, debemos trabajar con rigor en los principios que no fallan: invertir solo aquello que podamos perder sin comprometer nuestras necesidades vitales, diversificar las ganancias, mantener una mirada atenta y cumplir a rajatabla con lo programado. Pero lo más importante es aceptar que el éxito nunca está completamente en nuestras manos. Esto es muy parecido al deporte de alta competencia. Más allá de ganar, lo esencial es alcanzar una tranquilidad espiritual basada en la certeza de haber hecho lo necesario con total honestidad hacia nosotros mismos. Y si algo falla, no pasa nada. Podemos volver a empezar. Ser pobre no es el fin. El fin es la muerte.”
Sus palabras resonaron en el auditorio. En la primera fila estaba Lea con su larga cabellera castaña y llena de bucles, una analista financiera separada que vivía con su hija adolescente. Experta en mercados bursátiles, Lea estaba acostumbrada a la presión de buscar la fortuna perfecta, una búsqueda que había definido gran parte de su vida. Sin embargo, las palabras de Elías la descolocaron. Había escuchado todo tipo de estrategias, fondos de riesgo, bonos, inversiones, pero nunca a alguien que hablara con tal serenidad sobre la posibilidad de perder y la importancia de enfocarse en el presente.
Mientras Elías hablaba, una canción que cantaba de niña y que se había escuchado en el auditorio se iba desvaneciendo en su cabeza: “Oh Señor, hiciste a muchos, muchos pobres. Lo sé muy bien, no es vergüenza ser humilde, ¡pero tampoco un honor grande tener tan poco!” Esa idea de buscar la fortuna a toda costa había marcado su vida, pero ahora se cuestionaba ese enfoque.
Cuando Elías terminó, los asistentes hicieron fila para saludarlo. Algunos buscaban felicitarlo, otros, debatir sus ideas. Lea esperó hasta el final. Cuando finalmente llegó su turno, se acercó con una mezcla de seriedad y timidez. “Me encantó su discurso,” dijo, “pero hay algo que tengo que decirle.” Elías la miró con curiosidad. “La próxima vez que dé una conferencia, ¿podría no usar esa gorra? O al menos llévela hacia atrás... es que no podía ver sus ojos.”
El comentario, inesperado, lo hizo reír nerviosamente, como para salir del paso, pero no pudo ocultar que lo dejó impactado. En ese instante sintió una conexión que trascendía las palabras. Era como si, al pedirle algo tan sencillo, Lea le hubiera abierto una puerta hacia algo más profundo.
Esa noche, mientras Elías paseaba por el puerto, recordó las palabras de su abuela Miriam, quien le había enseñado el significado de Mazal Tov: el lugar, el tiempo y la acción. “Si encuentras armonía entre las tres,” decía Miriam, “el universo conspirará a tu favor y te pagará adonde sea”.
Al día siguiente, Lea y Elías coincidieron en una charla del congreso. Esta vez, Elías llevaba la gorra hacia atrás, dejando sus ojos visibles. Cuando sus miradas se encontraron, supieron que la conversación estaba lejos de haber terminado.
Elías y Lea se sentaron en una mesa del restaurante del hotel, con el ruido del Congreso apagándose a lo lejos. La luz cálida de Málaga dibujaba sombras suaves en sus rostros. Él se quitó la gorra y miró a Lea y a sus interminables bucles, con una mezcla de curiosidad y seriedad. Finalmente, rompió el silencio con una pregunta directa:
—¿Qué es para ti ser pobre?
Lea se quedó pensativa por un momento. Luego, con un tono pausado pero cargado de intensidad, comenzó a hablar:
—Ser pobre, Elías, es no tener nada. Es abrir los ojos cada día y sentir que el mundo te ha olvidado. Es acostarte con hambre, con el frío metido en los huesos y sin esperanza de que el día siguiente sea diferente. Yo crecí en un hogar donde la necesidad lo era todo. Perdí más de lo que puedo recordar: personas, momentos, dignidad. Es un dolor que no se va, pero que, en mi caso, se convirtió en una fuerza. Juré que saldría de ahí, que nunca volvería a esa pobreza que te consume, que te deja vacía.
Elías escuchaba con atención, sin interrumpirla, dejando que cada palabra de Lea encontrara su lugar en el aire entre ellos. Cuando terminó, él tomó un sorbo de su copa, como si estuviera ordenando sus pensamientos. Finalmente, respondió con calma:
—Entiendo lo que dices, Lea. Y respeto profundamente lo que has vivido. Pero, para mí, la verdadera pobreza no tiene que ver con el dinero o con lo que tienes. La verdadera pobreza es no tener a nadie.
Lea lo miró, sorprendida por la simplicidad y profundidad de sus palabras.
—¿Qué quieres decir?
Elías esbozó una leve sonrisa, casi melancólica.
—Piensa en ello. Las personas que están ahí para ti, que contestan el teléfono cuando estás en problemas, que te devuelven una llamada porque les importas... esas personas son tu mayor riqueza. Quien tiene amigos, quien tiene gente a su lado, nunca puede ser realmente pobre.
Lea permaneció en silencio, dejando que las palabras de Elías calaran hondo. En el fondo, sabía que había verdad en lo que decía. Su impulso por dejar atrás la pobreza material la había llevado a olvidar, muchas veces, lo que realmente importaba: las conexiones humanas, las personas que se quedan cuando todo lo demás se ha ido.
Elías continuó, su voz firme pero serena:
—¿Has visto Qué bello es vivir? En esa película, el personaje de James Stewart, justo cuando está al borde del abismo, descubre algo poderoso. Se da cuenta de que no está solo, que tiene un montón de gente dispuesta a ayudarle. Y eso, Lea, es lo que lo salva. La riqueza real no está en lo que acumulamos, sino en quiénes nos acompañan.
Lea levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de emociones. Y entonces, con una sinceridad que no había mostrado hasta ahora, dijo en voz baja:
—Quizá tienes razón, Elías. Quizá nunca lo había visto así.
Y tengo otra pregunta más para ti:
—¿Por qué es tan importante mirar a los ojos?
Lea lo miró por un instante, sorprendida, pero luego esbozó una leve sonrisa.
—Porque los ojos son todo, Elías. En mi profesión, las miradas son mi primera herramienta. Cuando estás negociando una inversión o presentando un portafolio, lo que ves en los ojos de la otra persona puede decirte más que cualquier palabra. Hay miradas que confirman, que dudan, que se pierden o que buscan. Es algo que he aprendido a usar casi sin pensarlo, porque los ojos son las ventanas de nuestras intenciones.
Elías asintió, como si algo en sus palabras hiciera eco en sus propios pensamientos.
—¿Y qué es lo que viste en los míos?
Lea titubeó, jugando distraídamente con el borde de su copa.
—No lo sé... Ayer, en la conferencia, no pude verlos. Tu gorra estaba en el camino, y sentí que algo me faltaba. Mirar a alguien a los ojos es la única forma de entender completamente lo que dice.
Elías tomó un sorbo de su vino y la miró directamente.
—Y ahora que no llevo la gorra, Lea... ¿Qué es lo que ves?
Ella sostuvo su mirada por unos segundos que parecieron alargarse en el tiempo. Luego, con voz serena pero cargada de emoción, respondió:
—Veo un dolor profundo, Elías. Uno que te ha moldeado, que te ha hecho más fuerte y humano. Pero también veo una ternura, una que inspira confianza... y algo más. Una chispa que parece decir que todavía hay mucho por descubrir.
Elías bajó la mirada por un instante, casi como si sus ojos hubieran sido descubiertos en su vulnerabilidad.
—¿Sabes? —dijo con una sonrisa melancólica—.
Soy de los que piensan que, si uno cree solo en lo que ve, nunca va a encontrar.
Solo se encuentra cuando uno espera en lo que cree.
Lea se quedó en silencio, dejando que las palabras de Elías se hundieran en el aire entre ellos. Levantó su copa, pero ahora cerrando sus ojos, añadió:
—¿Pase lo que pase?
Elías con una sonrisa cómplice, chocó suavemente su copa con la de Lea, dejando que la conexión entre sus miradas dijera lo que las palabras no podían.
Luego agregó:
—Por los verdaderos tesoros, Lea.

La noche en Málaga, cargada de promesas y comienzos, parecía envolverse en la posibilidad de que, quizá, el amor siempre está ahí, esperándonos. Para Lea y Elías solo hizo falta creer.
No se trataba solo de inversiones o fortunas, sino de cómo aprender a vivir, a perder y a encontrar, en un mundo donde lo más valioso es el momento presente.
Caminaron juntos por el muelle, con el aire del mar envolviéndolos en un silencio cómplice. La luz de Málaga se reflejaba en el agua y mientras Elías miraba a Lea recordó las palabras de Fernando Pessoa: 'Existe entonces revivo, y aunque solo sea ilusión exterior en que me olvido, nada más quiero ni pido, entrego mi corazón.'
En ese instante comprendió que, como en la inversión y en la vida, solo se encuentra aquello en lo que uno decide creer.
El amor, como las oportunidades, siempre está ahí, esperando.
Solo hace falta dar el paso en las coordenadas precisas.
Mazal Tov!
FUENTES
El punto es Elías y Lea. .. y a través de estos personajes que es ser " pobre". y de que riqueza se tiene o se carece. ..con el enroque de Sholen Aleijem. con su Tevye de El violinista en el Tejado. .. .y SI YO FUERA RICO. o de Pessoa. .en el marco del Museo. .de Picasso, en Málaga. . .que paseo de lugares físicos, .espirituales, artísticos,
y cuando se alinean MAZAL TOV
Increiblemente bueno, para reflexionar y dejar de pensar que el dinero lo es todo
Muy bueno!